24 Sep 2021
Waldo Sanguinetti, El Pollo Urbano, nº 203
Una “autobiografía lacustre”, así define José Joaquín Beeme su nuevo libro A.Z Cuaderno angerino, que es también un alfabeto ilustrado donde distribuye sus gustos artísticos, sus homenajes, sus encuentros felices y sus omnívoras curiosidades.
Así, escribe en el prólogo: “Quiere este cuaderno pasar revista a las múltiples y variadas sintonías que, a lo largo de dos décadas, han ido uniéndome (y unen a la Fundación del Garabato) con esta Little Italy que, por concreción geográfica, nombramos Angera [entre Lombardía y Piamonte, a orillas del lago Mayor]. Y lo hace echando mano del abecé, que es un modo ágil pero disciplinado de organizar las ideas y sujetar la imaginación, siempre desbocada, que haría correr la pluma por meandros imprevisibles.”
La circunstancia vital, en efecto, coincide en este año pandémico y de triste memoria con el vigésimo aniversario de su viaje a Italia, adonde llegó desde su Zaragoza natal para trabajar en el departamento de publicaciones de un centro de investigación de la Comisión Europea.
Por las páginas del libro pasan Garibaldi y los Visconti-Borromeo, Dario Fo y Alessandro Volta, Michelangelo y Pascoli, los partisanos y los obreros de la cerámica, castillos y autómatas, hallazgos científicos y ritos mitraicos, bandidos y fantasmas de lago, con abundantes reflexiones sobre cine y literatura, botánica e historia del arte, notas de paisaje, arqueología, gastronomía, fotografía, ecología… Un auténtico cuaderno misceláneo, de viajero siempre alerta que va sorprendiendo, con ojos españoles, conexiones y contrastes en esta parte de Italia casi rayana con Suiza.
Cada libro de Beeme es un juego, una alegre experimentación con la escritura interminable. En éste sigue a su admiradísimo Cortázar al proponer una lectura libre o combinatoria: “Léase a pizcos, de seguido o llevados de la curiosidad onomástica, cualquier camino os conducirá al meollo cuántico que se despliega de la A a la Z, o viceversa, porque esos, de momento, son los dos polos de la cartografía anímica entre los que discurren nuestras garabatas andanzas.”
Yo le conozco casi desde su llegada a mi país, y os aseguro que su cabeza es un hervidero (“tiene muchos grillos”, decimos por aquí) que nunca deja de trabajar. Me honro con su amistad, y él no cesa, generoso, de regalarme con sus ideas.